Lleno de incertidumbres, por los mitos, leyendas, cuentos, advertencias sobre enfermedades y peligros de la selva, decidí emprender mi aventura por la Amazonía ecuatoriana, salí de Quito y al cruzar la cordillera me recibió el majestuoso Antisana, como quien me daba la bienvenida al nuevo y maravilloso mundo desconocido.
A medida que bajaba por una carretera muy confortable, con poco tráfico, podía apreciar que la vegetación iba creciendo a medida que yo iba descendiendo, pequeños poblados con modestas viviendas, gente amable y una variedad de animales silvestres y domesticados abrían las páginas de lo que sería la aventura de mi vida.
Los paisajes no eran maravillosos como me lo pintaban, eran mucho mejor, el calor y humedad del medio ambiente me daban la calurosa bienvenida, que pude refrescarla en la cascada de Hollín, cuyas aguas frescas y cristalinas daban cuenta de un verdadero paraíso.
Al final de mi destino llegué al Coca, ciudad mágica rodeada por los ríos Coca, Payamino y el Napo, este último que sirve para la conexión con el Amazonas. Los lugares turísticos son incontables, su gastronomía única, la flora y la fauna espectaculares, sumado a su gente que son una combinación de colonos y nativos de varias etnias, dan un colorido muy distinto a las advertencias y miedos que recibí al inicio de mi jornada y que habían sido la causa de posponer este hermoso e inolvidable viaje.